Friday, November 4, 2011

Actualizar las relaciones humanas


Fuente: PalabraNueva.net
por Orlando MÁRQUEZ

Desde la entrevista que publicáramos meses atrás con el empresario cubanoamericano Carlos Saladrigas (Palabra Nueva, Nº 205, mayo 2011), varios, y sustanciosos, han sido los análisis, comentarios, artículos de opinión, y hasta declaración de principios, publicadas tanto dentro –al menos un artículo en periódico de provincia– como fuera de la Isla en relación con el tema de los cubanos emigrados y la actualidad nacional.

No es la primera vez que se publicaba sobre la emigración cubana y la imposibilidad de ignorarla, pero, quizás, los cubanos de la Isla no habían tenido antes una referencia tan directa sobre sus aciertos y errores, el interés irrenunciable por el país de origen en tantos emigrados a pesar de las diferencias ideológicas y los desgarramientos, las metamorfosis experimentadas y el deseo de participar de algún modo en la solución de la crisis que vivimos. Las palabras de Saladrigas reflejan también el sentimiento que, tal vez, otros cientos de miles de emigrados cubanos gritan en voz alta o en silencio cada día: la nación cubana no tiene fronteras y vive más allá de nuestra geografía insular.

Cada año son más los cubanos que vienen desde Estados Unidos, España, Italia y otros lugares, porque el número de los que emigran no decae, crece. Y crece así el número de los que desean mantener y estrechar vínculos con familiares que quedaron en la isla, o con amigos, o simplemente quieren regresar a recuperar capítulos perdidos de sus historias personales. En los últimos tiempos, no son pocos los que han regresado después de más de cuarenta años de ausencia.Ciertamente somos una nación fragmentada desde hace varias décadas que trata de recomponerse y restablecer lazos para entender su propia historia pasada y reacomodar el presente. “La-revolución” es un argumento bastante fácil para explicar la dispersión, porque con ella se desató la diáspora. Es cierto, pero demasiado abstracto para asimilarlo como una respuesta tangible que ayude a impulsar la reconstrucción del tejido social. “La-revolución” –al igual que “la-contrarrevolución”– es una experiencia humana concebida, desarrollada y sostenida por personas, hombres y mujeres, ciudadanos cubanos, nosotros, o una parte de nosotros.

De modo que es en nosotros donde debemos encontrar las respuestas apropiadas para el restablecimiento o recomposición de la nación fragmentada.Es una cuestión de justicia, pero no solo. Es también una necesidad para el futuro. Corresponde al gobierno cubano restablecer la justicia en este campo, por ser la autoridad del país la que determina la política migratoria tanto para los que residimos en la Isla como para los emigrados. Y es obvio que en las regulaciones actuales hay demasiadas y molestas restricciones al movimiento migratorio, es decir a la libertad de las personas para entrar y salir del país, lo cual no es justo. De ahí la importancia de “actualizar la política migratoria”, según palabras del presidente cubano Raúl Castro el pasado 1º de agosto, durante la última reunión ordinaria de la Asamblea Nacional.

En cuanto a los emigrados, la “actualización” debe constituir un acto de justicia porque, ante todo, quienes emigraron son cubanos y, salvo que renuncien o desprecien pública y voluntariamente su condición ciudadana, tienen más derecho que ciudadanos de otros países a visitar esta, su tierra natal. Ni siquiera deudas legales deben negar tal derecho, y lo más probable es que quienes estén en tal situación declinen voluntariamente para evitar el castigo. Además, los motivos que originaron su salida –sea huyendo del gobierno revolucionario hace cincuenta años, presionados por razones políticas después, forzados por lazos familiares o en busca de mejores oportunidades económicas– por sí solos no despojan a estas personas de su condición de ciudadanos cubanos, adquirida por nacimiento, tal como declara la Constitución de la República. Por esta simple razón, toda persona nacida en Cuba –menos los hijos de extranjeros–, aunque viva en Kansas City o en Kuala Lumpur desde hace 50 años o una semana, conserva sus derechos como ciudadano cubano.Ciertamente hay otras serias contradicciones en este aspecto.

La ley, por ejemplo, no admite la doble ciudadanía y declara perdida la propia cuando se adquiere una extranjera, si bien reconoce el derecho de los nacionales a cambiar la ciudadanía. Por ello resulta incoherente –pudiera decir indecoroso– exigirles a los emigrados nacionales que visiten su país de origen con pasaporte cubano –aunque hayan adquirido la nacionalidad del país donde residen– y cobrarles un costosísimo permiso de entrada estampado en un pasaporte que los reconoce e identifica como ciudadanos cubanos.

Sobre las restricciones y controles migratorias para con los que residimos en la Isla se ha hablado mucho y publicado poco. El asunto es clamor popular desde hace muchos años y ha llegado incluso a formar parte de los tan mencionados Lineamientos. “Estudiar una política que facilite a los cubanos residentes en el país viajar al exterior como turistas”, como se afirma en el número 265, suena estimulante por aquello de reconocer –¡finalmente!– que los cubanos puedan ser “turistas en el exterior”, pero refleja el mismo espíritu controlador y paternalista que se quiere erradicar en otros campos. Afirmaciones de este tipo sirven para recordarnos que nuestro alcance y límites no dependen de la libre voluntad o capacidad personal –tampoco entonces nuestros sueños o aspiraciones–, sino solo del permiso que el Estado, o más bien ciertos funcionarios con poder, nos conceda.

Obviamente este artículo no pretende ofrecer soluciones, en nuestro país hay numerosos y bien dotados especialistas en la materia. Precisamente en nuestra edición anterior publicamos un trabajo sobre el tema, escrito por un especialista. Fue revelador conocer, gracias a ese trabajo, que la ley que regula la ciudadanía en Cuba fue sancionada en 1944. Sin dudas hace falta una actualización en la materia.Pero en la época de la globalización, donde la movilidad humana no tiene límites y las fronteras físicas definidas en los mapas no constituyen ya barreras rígidas sino muy flexibles, las leyes nacionales deben ajustarse a tal flexibilidad, lo cual no niega la preservación de la soberanía. De lo contrario no avanzaremos mucho, ni en esta ni en otras áreas de interés nacional, sobre todo porque vivimos no solo en época de globalización, también de interconexión, y necesaria armonía, entre todos los estamentos e instituciones sociales dentro de un mismo país.

Cuando este trabajo sea publicado, ya habrá sido dado a conocer a la opinión pública un documento titulado “La diáspora cubana en el siglo XXI”. Se trata de un análisis sobre la emigración cubana y sus posibilidades de participar en, y contribuir a, el desarrollo nacional, en dependencia de ciertas modificaciones legales tanto en Cuba como en Estados Unidos para facilitar esa participación. Elaborado por una comisión compuesta por los académicos cubano-americanos Uva de Aragón, Jorge Domínguez, Jorge Duany y Carmelo Mesa-Lago, y el autor de estas líneas que es solo cubano, el texto no tiene detrás una entidad financiera copatrocinadora, ni sus autores representamos intereses económicos de terceros.

Al intentar arrojar luz sobre las tendencias actuales de la emigración internacional y su contribución al desarrollo del país de origen, las ventajas de aprovechar las potencialidades de ese sector emigrado cubano que desee (no todos desean, claro está) participar de conjunto con sus familiares o amigos en la Isla, del actual proceso de reformas, o cambios o actualización económica, creo que no solo hacemos un aporte comprometido y actualizado, sino que expresamos también, de algún modo, la posibilidad de colaboración entre cubanos que viven en espacios diferentes pero coinciden en un bien superior para el país de origen común.Cada vez se hace más evidente la urgencia de una concertación nacional, es decir una actualización, para bien, de las relaciones entre quienes componemos la nación cubana.

El camino al desarrollo del país –ese debe ser el propósito de cualquier actualización económica, política o migratoria, y nada menos que eso–, así como la estabilidad nacional y el entendimiento entre los diferentes protagonistas cubanos, no debe supeditarse, por ejemplo, al levantamiento del embargo o bloqueo de Estados Unidos, país sumido hoy en sus propias calamidades internas que demandan toda su urgencia y energía, ni a una mejora de las relaciones con aquel país, ni a la existencia de un fondo millonario para generar desestabilización interna en este país.

Tampoco debe condicionarse a la modificación o eliminación de la Posición Común de la Unión Europea para con Cuba, un texto redactado por quienes, o no conocían la naturaleza del gobierno cubano y su probable respuesta, o la conocían demasiado bien como para saber que solo serviría para la confrontación. ¿Cómo entender que Europa cada año favorezca a Cuba condenando el embargo-bloqueo de Estados Unidos en la ONU, y al mismo tiempo mantenga la Posición Común que condiciona y limita sus relaciones políticas y económicas con Cuba?En otras palabras, la salida a la situación crítica que vivimos depende ante todo de nosotros, de reconocer la apremiante necesidad que tenemos de desatar de una vez todas las potencialidades creadas en el país en las últimas décadas y de restablecer los lazos humanos, sin más restricciones que las que demanden el sentido común y la ley justa, dejando definitivamente atrás el paternalismo de Estado y el maldito vicio del “controlismo” y sus aparejadas incongruencias (todavía demasiado presentes en el Decreto 292 y en las resoluciones ministeriales para la venta de automóviles, por ejemplo). Esto no es desconocer la crisis global o la interdependencia con otras naciones.

Pero el pretexto de condicionar las políticas internas únicamente a las actitudes políticas de terceros, no es un argumento favorable para nación alguna que desee ocupar, o mantener, un espacio propio en el ámbito internacional. Hostilidades siempre habrá, y crisis y enemigos o divergencias, y contratiempos y calamidades indeseables, pero la nación mejor preparada para enfrentar estos u otros retos, es aquella que sepa levantarse más alto, no física pero sí moralmente, cuando actúa como un solo cuerpo y busca el crecimiento y la armonía internas, el respeto por las diferencias, su capacidad de reacomodarlas en beneficio de todos y el mantenimiento de la salud social, para poder después entenderse con el mundo.

Ningún país puede evitar la globalización y sus efectos, esté interesado o no, sea rico o pobre. Pero es necesaria la salud social, que se logra solo mediante la armonía y el consenso –y nunca por la imposición de unos sobre otros–, para poder integrarse mejor al mundo globalizado. Por eso es tan importante la actualización migratoria, como también la económica, la política, la social… Actualizarlo todo, y hacerlo de modo tan flexible y dinámico que solo permanezca invariable lo esencial: la dignidad plena de los cubanos.

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